¿Podremos algún día construir edificios realmente sostenibles? ¿Que debería significar sostenible para un arquitecto? ¿Que el edificio llegue a ser un organismo autosustentable conectado a una red global o simplemente que se puedan reducir sus consumos razonablemente?.
De momento nos podemos contentar con superar esta primera etapa de exaltación del concepto de sostenibilidad como una etiqueta muchas veces incómoda que se impone colocar a cualquier proyecto para que, cuando menos, sea políticamente correcto. Porque de momento de eso va el tema. La presión política, mediática y en última instancia social nos obliga a incorporar elementos en los proyectos que se supone que mejoran sus capacidades medioambientales, cuando no siempre es del todo cierto, porque si se analiza el proceso de creación y distribución de algunos de esos productos se puede ver que lo que se supone que se ahorra con su uso se ha gastado en las fases previas. Parece que “simplemente” con hacer buena arquitectura ya no es suficiente para que muchos de esos parámetros que ahora todo el mundo exige se puedan cumplir. No somos los primeros en afirmar que la sostenibilidad va implícita en la buena arquitectura, y la historia esta llena de ejemplos que demuestran esta afirmación. Es por eso que nuestra principal aportación en este tema debe ser ofrecer los mejores proyectos posibles, desde las orientaciones hasta la minimización de los residuos de obra, independientemente de lo que la tecnología nos permita integrar en el diseño.
Hay que ser conscientes de la realidad que nos rodea, y el modelo de vida occidental (y cada vez más el oriental) nos condiciona con sus dinámicas, que no se pueden cambiar de la noche a la mañana porque hay demasiados intereses creados. Por eso hay que entender la sostenibilidad como una carrera de fondo que nos permita asumir sus exigencias de una manera gradual. Sin prisa pero sin pausa.
De momento nos podemos contentar con superar esta primera etapa de exaltación del concepto de sostenibilidad como una etiqueta muchas veces incómoda que se impone colocar a cualquier proyecto para que, cuando menos, sea políticamente correcto. Porque de momento de eso va el tema. La presión política, mediática y en última instancia social nos obliga a incorporar elementos en los proyectos que se supone que mejoran sus capacidades medioambientales, cuando no siempre es del todo cierto, porque si se analiza el proceso de creación y distribución de algunos de esos productos se puede ver que lo que se supone que se ahorra con su uso se ha gastado en las fases previas. Parece que “simplemente” con hacer buena arquitectura ya no es suficiente para que muchos de esos parámetros que ahora todo el mundo exige se puedan cumplir. No somos los primeros en afirmar que la sostenibilidad va implícita en la buena arquitectura, y la historia esta llena de ejemplos que demuestran esta afirmación. Es por eso que nuestra principal aportación en este tema debe ser ofrecer los mejores proyectos posibles, desde las orientaciones hasta la minimización de los residuos de obra, independientemente de lo que la tecnología nos permita integrar en el diseño.
Hay que ser conscientes de la realidad que nos rodea, y el modelo de vida occidental (y cada vez más el oriental) nos condiciona con sus dinámicas, que no se pueden cambiar de la noche a la mañana porque hay demasiados intereses creados. Por eso hay que entender la sostenibilidad como una carrera de fondo que nos permita asumir sus exigencias de una manera gradual. Sin prisa pero sin pausa.
miguel ortel